viernes, 31 de agosto de 2012

JUANA DE ARCO



JUANA DE ARCO

Juana de Arco llamada la doncella de Orleans, heroína nacional y santa patrona de Francia, unió la nación en un momento crítico, decidiendo en favor de Francia la terrible guerra de los cien años (1337-1453).

Durante el siglo XIV, gran parte del territorio francés se encontraba bajo el dominio del duque de Borgoña, que había renegado de su sangre aliándose con los ingleses y reconociendo a Enrique V de Inglaterra como rey de Francia, por otra parte Carlos VI, rey de Francia dejaba el trono a un hijo enclenque y enfermizo, declarado ilegítimo por su propia madre Isabel de Baviera. El delfín detestado por los borgoñeses parecía condenado a no ceñir nunca la corona de su país y a presenciar impotente como su reino pasaba a manos de los ingleses.

Juana de Arco nació la noche de reyes de 1412, sus padres, campesinos de modesta condición, tuvieron cinco hijos, la penúltima de los cuales fue Juana. Desde muy pequeña se ocupó de las labores del campo y de los menesteres caseros, de modo que no tuvo tiempo de aprender a leer y escribir. A la edad de 13 años tuvo su primera visión, cuyo relato nos llega de la mano del consejero del rey Carlos VIl: «Jugando con sus amigas oyó una voz que le decía, Juana vete a casa, tu madre te llama, corrió a casa, pero su madre no la había llamado. Cuando regresaba con sus amigas, una intensa luz la envolvió y el arcángel San Miguel, patrón del delfín, se le apareció vestido de caballero, anunciándole que Santa Catalina y Santa Margarita le acompañarían en próximas apariciones para darle instrucciones según la voluntad de Dios».

En los siguientes cuatro años, las voces y apariciones la instruyeron en la historia de Francia, en las estrategias bélicas y la guiaron por el camino de la santidad. Al cumplir 17 años el arcángel San Miguel, compareció de nuevo ante ella para encomendarle la misión de auxiliar al delfín y liberar la ciudad de Orleans, sitiada por los ingleses, sus palabras fueron: "ve a buscar a Robert de Baudricourt, señor de la fortaleza de Vaucouleurs, él te proporcionará soldados para cumplir tu misión. Se negará al principio pero cederá a la tercera tentativa, yo te protegeré y te conduciré a la victoria".

Juana se dirigió a Vaucouleurs en compañía de su primo Durand Laxard, una vez allí se presentó ante Baudricourt, que la tomó por loca y le propinó dos sonoras bofetadas, ordenando a su acompañante que la llevara de regreso a su casa. Tras un segundo intento fallido, Juana repitió la visita el 12 de febrero de 1429, el señor de Vaucouleurs había escrito a Chinon, residencia del delfín, anunciando que una muchacha de su feudo tenía visiones celestiales y pretendía ser capaz de liberar a Orleans y hacer coronar el heredero en Reims. La respuesta fue clara, en aquellos momentos angustiosos era preciso escuchar a todo aquel que hablase de valor y resistencia, así pues en su tercera visita Juana fue atendida.

Impresionado por la firmeza de Juana y deslumbrado por el aura milagrosa que la rodeaba, Baudricourt accedió a proporcionarle la guardia militar solicitada. Se hizo cortar el cabello como un varón y se vistió de hombre, para recorrer segura los caminos plagados de bandidos y emprendió camino a Chinon. De camino, Juana mandó un mensaje al delfín que decía: «he recorrido cientos de leguas por lugares infectos de bandas armadas para socorreros, tengo muy buenas noticias que daros, sabré reconoceros». El rey tras leer el mensaje exclamó: « ¿dice que me reconocerá, entre tanta gente?, si nunca me ha visto».

El 8 de marzo de 1429 el delfín la recibió mezclado entre sus cortesanos disfrazado de alabardero, mientras en el trono se sienta el conde de Clemont, venciendo violenta oposición e ignorando befas y burlas se abrieron las puertas del salón, los más de quinientos caballeros ven llegar con paso decidido un pajecillo cuyo traje negro y gris de paño basto, contrasta bruscamente con sus brocados, sus pieles de armiño y sus túnicas de sedas bordadas. Unos ojos verdes luminosos, un rostro huesudo de pómulos alzados, un casquete de cabellos oscuros, cortados en redondo y ese andar flexible casi animal, que da la costumbre de andar con los pies desnudos... en verdad este ser llega de otros lugares y destaca en medio de los cortesanos como un cervatillo entre los gansos. Busca al delfín, duda ante Clemont, descubre a Carlos y ante el se arrodilla diciendo: «te digo en nombre de Dios que eres hijo de rey y el auténtico heredero del reino de Francia y que he sido enviada para conducirte a Reims donde serás coronado.

Carlos habló largamente con la joven y su rostro resplandeció ante sus respuestas, sin embargo, indeciso como era, temió que Juana fuese instrumento de alguna potencia diabólica y la hizo interrogar por ciertos clérigos eruditos de Poitiers, quedando así confinada en la torre del castillo y poniendo a su servicio a un tal Guilles, quien encuentra en la doncella la embriagadora y peligrosa unión de la santidad y la guerra. Guilles sigue a Juana como el cuerpo obedece al alma, como ella misma obedece a sus voces, hablando de ello algunas noches. Creo firmemente como tú, le dice una noche, que vivimos rodeados de ángeles y santos, y creo también que no faltan diablos y hadas malignas que nos fuerzan hacia el camino del mal.

Días después, impacientada por tantas precauciones y demoras, Juana se dirigió al delfín con palabras reveladoras de una extraña y previsora sabiduría: «viviré poco más de un año, en este tiempo debemos realizar una gran obra, los guerreros lucharán y Dios dará la victoria». Carlos por una vez diligente, reunió un ejército e hizo confeccionar para Juana una armadura blanca de acero bruñido, hecha a su medida, por último ella pidió que fuesen a buscarle la espada de Carlomagno, de la cual nadie había oído hablar y un estandarte con la imagen del Salvador.

La espada debía encontrarse en una capilla consagrada a Santa Catalina, sobre su hoja habrían grabadas cinco cruces, la espada fue encontrada y era en efecto como ella la había descrito. Vieja y completamente herrumbroso, bastó con que el armero del rey la limpiase y que Juana la tomase en su mano para que la espada volviera a refulgir como si fuese nueva.

A partir de este momento, Juana de Arco desempeñó su misión divina con sorprendente celeridad y prodigiosa eficacia. Primero fue la liberación de Orleans, plaza decisiva en los planes ingleses de abrirse paso hacia el valle del Loira. Tras la victoria Carlos volvió a sus vacilaciones, aunque le obsesionaba el sueño de la coronación, no se decidía a realizarlo y demoraba su decisión reuniéndose una y otra vez con sus consejeros. De nuevo Juana intervino persuadiéndole de que sólo si ceñía la corona en Reims se consolidaría la unidad de Francia y quedarían burladas las pretensiones de Inglaterra. Al fin el 17 de julio del 1429, Carlos se dirigió a la Catedral de Reims al frente de un espléndido cortejo y acompañado por Juana de Arco; cinco meses después de salir de Domremy, su misión estaba cumplida.

En los días siguientes Juana de Arco, intervino en una serie de campañas para el recién estrenado rey. Sin embargo, su estrella pareció declinar y abandonarle, así el 7 de septiembre de 1929, armada con doce mil soldados ataca París junto a Guilles, pero sus planes de victoria se vieron truncados por dos flechas que la hirieron en la pierna y en la frente.

Repuesta Juana de sus heridas, no pudo conquistar París en una segunda batalla, Carlos VII había firmado una tregua con los ocupantes de la capital y para evitar fricciones manda a Juana de Arco a luchar contra los borgoñeses el 23 de mayo, pero la contienda en Compiegne se salda con la trágica captura de Juana, mal herida por un arquero y con la mezquina venganza de Felipe de Borgoña, que la vende a los ingleses por 10.000 escudos de oro. Mientras Carlos VII entregado a sus favoritos y a Inés Sorel, (que temían encontrar en Juana de Arco una rival) y faltando al honor y al agradecimiento que debía a la heroína, que le diera la corona, la abandonó por completo.

Juana de Arco seguía encerrada en su prisión, más apenada por la suerte de los sitiados en Compiegne que por la suya propia. A pesar que las voces le recomendaban la resignación y la calma, se arrojó desde lo alto de la torre del castillo, para acudir a Compiegne, pero herida fue apresada de nuevo y entregada a los ingleses y a los ultrajes de sus infames carceleros. El cardenal Winchester, verdadero rey de Inglaterra, encargó a Pedro Cauchon la instrucción del proceso, siendo trasladada la libertadora de Francia al castillo de Ruan cargada de cadenas.

Los interrogatorios empezaron el 21 de febrero, preguntas y respuestas fueron consignadas por escrito. Juana llena de paciencia y fe, empezó a impacientar a sus jueces, sin contradecirse jamás ni contestar al margen de la más pura ortodoxia. Había oído voces y nadie tenía la obligación de creerla, a las preguntas sucedieron las amenazas y a estas las humillaciones. Se le privó de los sacramentos y fue conducida a la sala de tortura, en un intento para que la visión de potros, ganchos y tenazas quebrasen su resistencia, pero Juana no se desdijo de sus declaraciones, ni negó que hubiera conversado con los santos. El 23 de mayo en sesión solemne, se leyó a la prisionera una nueva amonestación, para que reconociese sus errores, Juana respondió: «aunque viera la leña encendida y al verdugo al lado, no diría otra cosa que la que ya he dicho y sostendré hasta la muerte». Responsio suporba, anotó el escribano al margen de la página.

Los medios más infames de sugestión se pusieron en juego, llegaron a colocar dos testigos para que oyeran una confesión en la que el religioso que la confesara le diera el consejo de apelar al pontífice, cosa que hizo. Pero Cauchon temeroso de que se le escapara la víctima, contestó que el Papa estaba muy lejos, a toda costa querían los jueces obtener una declaración, en la que Juana de Arco se confesara impostora, herética y hechicera, y para lograrlo le presentaron una cédula, diciéndole que sólo contenía la promesa de no volver a vestirse de hombre ni llevar armas, a cambio de la cual, le salvarían la vida. Pero en realidad, la cédula era la anhelada retracción, tras la cual fue condenada a cadena perpetua, y sometida al régimen del pan del dolor y del agua de la angustia.

Una noche los carceleros, le quitaron los vestidos de mujer y a la mañana siguiente, para cubrir su desnudez, sólo encontró vestidos de hombre, hecho que bastó para condenarla como relapsa. Entonces las voces le revelaron la retracción que había firmado, y recobrando todo su valor ante la muerte, retractase de la abjuración. Al día siguiente, 29 de mayo, en la capilla del palacio arzobispal de Ruan, el obispo Cauchon, con el voto unánime de sus 42 asesores, declaró que «debía procederse contra Juana de Arco por relapsa, como era de derecho y razón».

Un día después, en la plaza del mercado viejo, se levantaron tres tablados; uno para los jueces, otro para los prelados y un tercero más alto para la hoguera, cubierta de arcilla, a fin de prolongar los sufrimientos de la víctima. Juana de Arco mostró una entereza y resignación que conmovió incluso a sus enemigos, muchos de sus jueces, se tuvieron que retirar embargados por la emoción, desde que estuvo en la hoguera, su constante deseo fue contemplar el crucifijo que le presentaba el sacerdote. Cuando ya las llamas rodeaban su cuerpo, Cauchon se le acercó y Juana le dijo: « ¡si me hubierais entregado a la iglesia y no a mis enemigos, no me encontraría aquí! ¡Ah Ruan, temo que mi muerte te sea fatal!» Después pidió agua bendita, invocó al arcángel San Miguel y expiró, repitiendo por tres veces el nombre de Jesús. El verdugo, súbitamente enloquecido, echó a correr despavorido con la antorcha humeante en la mano y saltando desde el puente, se arrojó al Sena. Juana apenas tenía 19 años, cuando el 30 de mayo de 1430, era quemada en la hoguera.

Al recobrar Carlos VIl la ciudad de Ruan, previa autorización del Papa, mandó revisar el proceso de Juana de Arco, ajusticiada cruelmente por los ingleses. La comisión nombrada declaró el 7 de julio de 1456, que en aquel proceso y sentencia, existía sólo calumnia e iniquidad, y que anulaba todo lo que podía afectar al nombre de Juana de Arco y de los suyos.

El V. M. Samael Aun Weor, nos habla de Juana de Arco en su libro titulado Rosa lgnea:

9.- “Cuando Franz Hartman visitó el templo de Bohemia se encontró con Paracelso, Juana de Arco y muchos otros adeptos, viviendo en carne y hueso en ese monasterio sagrado.

10.- Comió con los Hermanos Mayores en el refectorio de los hermanos y Paracelso lo instruyó dentro de su laboratorio y trasmutó plomo en oro, en su presencia.

11. - El libro titulado Una aventura en la mansión de los adeptos rosacruces, por Franz Hartman, nos cuenta todas estas cosas.

12.- Cuando Juana de Arco desencarnó en la hoguera, donde fue quemada viva, se encontró rodeada de Maestros que la llevaron al templo de Bohemia.

13.- Desde entonces ella vive en este templo con su cuerpo físico ultrasensible, en presencia de todos los otros Hermanos Mayores.

14.- Este nuevo cuerpo físico tiene el poder de hacerse visible y tangible en cualquier parte, y se alimenta con frutas y agua pura. La miel de abejas es el alimento de los maestros de la Fraternidad Universal Blanca”.
(Capítulo VIII, pagina 23. «El cuerpo de la liberación»)

A continuación un texto extraído del libro de Franz Hartman, Una aventura en la mansión de los adeptos rosacruces:

« Pedí a la dama la explicación de su pasada vida tal y como fue antes de alcanzar el adeptado. Me es doloroso, respondió Leila, vivir de nuevo en los recuerdos del pasado. Quizás nuestra hermana Helena os explicará los detalles concernientes a la suya. Sonrió la interpelada y dijo: lo haré de buena gana, para procurar un placer a nuestro visitante; pero mi vida carece de interés comparada con la vuestra, si queréis principiar vos yo proseguiré la relación de la mía.

Bien, respondió Leila, pero para simplificar detalles y ahorrar tiempo os mostraré su representación en el escenario de la luz astral, fijad la vista en la mesa que tenéis delante. Miré sobre la superficie de la redonda mesa de mármol, colocada en el centro. de la glorieta y al momento vi aparecer sobre la reluciente y lisa superficie la visión vivida de un campo de batalla. Allí se divisaba el ejército combatiente empuñando lanzas y espadas, la caballería y la infantería, los caballeros de bruñida armadura y los soldados rasos. Recrudece la batalla: muertos y heridos cubren la tierra y los soldados de la izquierda principian a ceder terreno, mientras los de la derecha avanzan. Súbitamente, aparece a la izquierda del cuadro la figura hermosa de una mujer revestida de luciente armadura, empuñando en una mano la espada y con la otra sosteniendo una bandera. Sus facciones parecieronme las de la dama adepto, enardecido con su presencia el ejército de la izquierda pareció cobrar nuevos bríos, en tanto que el pánico cundía entre el enemigo hasta obligarle a emprender la huida ante el empuje de los otros. Se oye un grito de triunfo y se desvanece la escena.

Luego surge otra escena sobre la mesa, parece el interior de una iglesia católica, están reunidos buen número de dignatarios eclesiásticos y seglares, caballeros y nobles, obispos y sacerdotes, multitud de gentes. Ante el altar se arrodilla un caballero con todas sus armas que parece el rey, y un obispo revestido con todos sus ornamentos pontificiales, le ciñe una corona de oro. Junto al rey está la mujer de nobles facciones, que sonríe con aire de triunfo, resuena una solemne música mientras la corona ciñe las sienes del rey, y al levantarse millares de voces le vitorean. La escena se desvanece.

La siguiente representa un torreón repleto de instrumentos de tortura, como los que servían en los tiempos inquisitoriales, se ven hombres vestidos de negro en cuyos ojos llamea el fuego del odio. Hay otros vestidos de rojo que seguramente son los verdugos, aparecen algunas gentes con antorchas y en medio esta Leila, encadenada, que mira a los hombres vestidos de negro con aire de piadoso desdén. Le hacen algunas preguntas necias, a las que ella no quiere responder y entonces la torturan cruelísimamente. Aparté la vista y al volver a mirar había desaparecido la escena, otra apareció sobre la mesa.

Aun lado, un enorme montón de leña, en mitad del cual se erguía un poste al que se hallaba atada una cadena, una procesión se aproxima, compuesta de viles monjes y custodiada por soldados. La multitud rodea la pira, pero se aparta para dar paso a la procesión, en medio de los monjes y del verdugo avanza Leila, pálida y enflaquecida por las privaciones y la tortura. Lleva las manos atadas y una cuerda le rodea el cuello, se encarama sobre los leños y ya en su cima, la atan al poste. Trata de hablar pero los malvados monjes, puestos en oración, le echan agua en la cara para obligarla a permanecer silenciosa. El verdugo aparece empuñando una tea ardiente y la leña comienza a chisporrotear, y el fuego llamea en torno al cuerpo de la hermosa mártir... y no quise ver más, me cubrí el rostro con las manos, sabía quién era Leila.

Repuesto de la impresión de tan horrible espectáculo, expresé a Leila mi admiración por su valor y virtud, había siempre admirado en su carácter histórico y anhelado conocer su auténtico relato. Y ahora se erguía ante mí el original vivo, joven y fuerte, noble y bello, y sin embargo, según el conjunto mundano, contando cuatrocientos cincuenta años...»

Tomado del “Círculo de Investigación de la Antropología Gnóstica”
Grupo Gnóstico de Elche








-LAS TRES GRACIAS-



EL NACIMIENTO DE VENUS




-MAESTROS GNÓSTICOS DEL SIGLO XX. Antropovisión



-MAESTROS GNÓSTICOS DEL SIGLO XX. Antropovisión: http://vimeo.com/15449066

-SAN ANTONIO DE PADUA-


Guercino Antonio Bambino.jpg

-SAN ANTONIO DE PADUA-

DOCTOR EVANGÉLICO

Este ilustre varón nació en Lisboa en 1195, criándose en el seno de una noble familia portuguesa; su infancia y juventud transcurrió en un país imbuido en el espíritu de la Reconquista contra la presencia musulmana.

Sus padres, Martín y María, lo bautizaron con el nombre de FERNANDO y le educaron bajo la doctrina de Cristo. Desde pequeño practicaba, con profunda devoción y simpatía, la caridad con los pobres, siguiendo el ejemplo de sus padres; la bondad era una de sus características más notables, así como la de hacer algún milagro, como el siguiente:

"Un día, cuenta la leyenda, su padre le confía que guarde un campo de trigo para que no lo malogren los pájaros glotones. De pronto Fernando recuerda que es la hora de su oración y por nada del mundo se la quiere perder; entonces llama a los gorriones y los encierra en un chamizo sin techo y les prohíbe que salgan de allí para picotear el trigo.

Vuelve su padre y no ve a Fernando. Lo busca por todas partes hasta que lo encuentra en la catedral, y le pregunta enseguida si había cumplido su encargo. El niño le dice que le acompañara y le enseñó donde los tenía encerrados. El padre quedó admiradísimo y dio gracias a Dios en su corazón por ese tesoro de hijo que tenía".

Fue llevado a la cercana escuela de la Catedral de Lisboa para que aprendiera allí hasta los quince años.

Después estudió en los monasterios de San Vicente de Fora y Santa Cruz de Coimbra de los Canónigos Regulares de San Agustín.

En su biografía reflejada en la "Vita Prima" o "Asidua" se trazan en breves párrafos la crisis de la adolescencia, de tentaciones y deseos carnales.

Hacia 1219 decide tomar el hábito canónigo de los agustinos.

En 1220 cuando tenía veinticinco años, un día mientras estaba de portero en el monasterio de Santa Cruz de Coimbra llegaron unos hermanos franciscanos al monasterio, estaban de paso por la ciudad y se dirigían hacia España y Marruecos para dar la doctrina de Cristo.

Aquel encuentro de Fernando con los franciscanos le causó una gran impresión, sus hábitos, su manera de presentarse sin pretensiones, su libertad de todo apego material.

Únicamente vivían de la limosna.

Contrastaba estas cuestiones fuertemente con la riqueza del monasterio en que residía y con los abusos de los que era personalmente testigo.

Su prior Juan Cesar provenía de la nobleza y manejaba los bienes del monasterio, llevando una vida sin escrúpulos; tanto fue así que el Papa Inocencio III ordenó varias indagaciones contra él.

Viendo todas estas cuestiones Fernando, no era de extrañar que en su corazón empezara a nacer un sentimiento de simpatía hacia los nuevos hermanos franciscanos.

Pero el choque definitivo fue cuando algunos meses más tarde, los cuerpos de esos hermanos franciscanos fueron traídos de Marruecos, donde acababan de padecer el martirio.

Él, en esos instantes, quería seguirles para llegar a ser uno de los mártires. En la "Asidua" se narra:

"Cuando el infante Don Pedro trajo de Marruecos las reliquias de los santos mártires franciscanos... Fernando al oír las maravillas que realizaban por sus meritos... decía en su corazón:

¡Oh, si el Altísimo me dejará a mí compartir la corona de sus santos mártires! ¡Si la cimitarra (sable árabe) del verdugo me hiriera también a mí! ¿Tendré la gracia de verlo?, ¿encontraré un día esa dicha?"

No lejos de la ciudad de Coimbra, en un lugar llamado "San Antonio", vivían algunos Hermanos Menores franciscanos que, aunque iletrados, enseñaban con sus actos la sustancia de las divinas escrituras.

Estos hermanos, fieles a la regla de su fraternidad, iban con frecuencia a pedir limosna al monasterio en que vivía Fernando.

Un día Fernando, habiendo acudido a saludarles, según su costumbre, les dijo:

"Hermanos, deseo vivamente vestir el sayal de vuestra orden si me prometéis enviarme, cuando sea uno de los vuestros, al país de los sarracenos; es que espero compartir la corona de vuestros santos mártires".

Los hermanos llenos de alegría, decidieron que al día siguiente le darían el hábito, sin más dilación. Mas antes tenía que pedir permiso al responsable del monasterio, don Cesar.

Sorprendido pero aliviado le dio el consentimiento de marchar, ya que, según él, Fernando era un religioso modelo pero demasiado molesto para él, debido a su rectitud y a su franqueza.

Al día siguiente muy temprano, llegaron los hermanos y según lo convenido, vistieron rápidamente al servidor de Dios, en el mismo monasterio, con el hábito de San Francisco.

Cuando estaba dejando el monasterio, uno de los canónigos lleno de melancolía le dijo:

"¡Vete, vete, llegarás a ser un santo!".

Al cambiar de orden y de casa, Fernando también cambió el nombre y se puso el de ANTONIO, en recuerdo a la antigua ermita del desierto.

Casi inmediatamente después, se le autorizó para embarcar hacia Marruecos a fin de predicar el Evangelio a los moros.

Pero al poco de llegar a aquellas tierras, donde pensaba conquistar la gloria, fue atacado por una grave enfermedad (hidropesía), que le dejó postrado e incapacitado durante varios meses y, a fin de cuentas, fue necesario devolverlo a Europa.

La nave en que se embarcó, empujada por fuertes vientos, se desvió y fue a parar en Messina, la capital de Sicilia.

Con grandes penalidades, viajó desde la isla a la ciudad de Asís donde, según le habían informado sus hermanos en Sicilia, iba a llevarse a cabo un capítulo general.

Aquella fue la gran asamblea de 1221; estuvo presidido por el hermano Elías como vicario general y San Francisco sentado a sus pies, estaba presente.

Indudablemente que aquella reunión impresionó hondamente al joven fraile portugués.

Tras la clausura, los hermanos regresaron a los puestos que se les habían señalado, y Antonio fue a hacerse cargo de la solitaria ermita de San Paolo, cerca de Forli, donde cuando no se le veía entregado a la oración en la capilla o en la cueva donde vivía, estaba al servicio de los otros frailes, ocupado sobre todo en la limpieza de los platos y cacharros, después del almuerzo comunal.

Mas no estaban destinadas a permanecer ocultas los extraordinarios dones intelectuales y espirituales del joven y enfermizo fraile que nunca hablaba de sí mismo.

Sucedió que al celebrarse una ordenación en Forli, los candidatos franciscanos y dominicos se reunieron en el convento de los Frailes Menores de aquella ciudad.

Seguramente a causa de algún malentendido, ninguno de los dominicos había acudido ya preparado a pronunciar el acostumbrado discurso durante la ceremonia y, como ninguno de los franciscanos se sentía capaz de tomar la palabra, se ordenó a San Antonio, ahí presente, que fuese a hablar y que dijese lo que el Espíritu Santo le inspirara.

El joven obedeció sin chistar y, desde que abrió la boca hasta que terminó su improvisado discurso, todos los presentes le escucharon como arrobados, embargados por la emoción y por el asombro, a causa de la elocuencia, el fervor y la sabiduría de que hizo gala el orador.


En cuanto el ministro provincial tuvo noticias sobre los talentos desplegados por el joven fraile portugués, lo mandó llamar a su solitaria ermita y lo envió a predicar a varias partes de la Romagna, una región que, por entonces, abarcaba toda la Lombardía.

En un momento, Antonio pasó de la oscuridad a la luz de la fama y obtuvo, sobre todo, resonantes éxitos en la conversión de gentes alejadas de la fe, que abundaban en el norte de Italia, y que, en muchos casos, eran hombres de cierta posición y educación, a los que podía llegar con argumentos razonables y ejemplos tomados de las Sagradas Escrituras.

En una ocasión, cuando los herejes de Rímini le impedían al pueblo acudir a sus sermones, San Antonio se fue a la orilla del mar y empezó a gritar:

"Oigan la palabra de Dios, Uds. los pececillos del mar, ya que los pecadores de la tierra no la quieren escuchar".

A su llamado acudieron miles y miles de peces que sacudían la cabeza en señal de aprobación. Aquel milagro se conoció y conmovió a la ciudad, impactados en sus corazones, le pedían arrodillados a los pies de San Antonio, su predicación de la vida y de la fe cristiana.

Con su gran devoción a las almas, en cuaresma creía oportuno predicar al pueblo la penitencia de los pecados y a pesar de estar muy enfermo de hidropesía, San Antonio predicaba los 40 días de cuaresma, desde la salida del sol a la puesta, instruyendo, predicando, oyendo confesiones y ayunando.

La gente presionaba para tocarlo y le arrancaban pedazos del hábito, hasta el punto que hacía falta designar un grupo de hombres para protegerlo después de los sermones.

Además de la misión de predicador, se le dio el cargo de lector en teología entre sus hermanos. Aquella fue la primera vez que un miembro de la Orden Franciscana cumplía con aquella función. En una carta que, por lo general, se considera como perteneciente a San Francisco, se confirma este nombramiento con las siguientes palabras:

"Al muy amado hermano Antonio, el hermano Francisco le saluda en Jesucristo. Me complace en extremo que seas tú el que lea la sagrada teología a los frailes, siempre que esos estudios no afecten al santo espíritu de plegaria y devoción que está de acuerdo con nuestra regla".

Sin embargo, se advirtió cada vez con mayor claridad que, la verdadera misión del hermano Antonio estaba en la predicación pública.

Poseía todas las cualidades del predicador: ciencia, elocuencia, un gran poder de persuasión, un ardiente celo por el bien de las almas y una voz sonora y bien timbrada que llegaba muy lejos.

Por otra parte, se afirmaba que estaba dotado con el poder de obrar milagros (se le llamó el Taumaturgo de Padua) y, a pesar de que era de corta estatura y con cierta inclinación a la corpulencia, poseía una personalidad extraordinariamente atractiva, casi magnética.

A veces, bastaba su presencia para que los pecadores cayesen de rodillas a sus pies; parecía que de su persona irradiaba la santidad.

A donde quiera que fuera, las gentes le seguían en tropel para escucharle, y con eso había para que los criminales empedernidos, los indiferentes y los herejes, pidiesen confesión.

Las gentes cerraban sus tiendas, oficinas y talleres para asistir a sus sermones. Muchas veces sucedió que algunas mujeres salieron antes del alba o permanecieron toda la noche en la iglesia, para conseguir un lugar cerca del púlpito.

Con frecuencia, las iglesias eran insuficientes para contener a los enormes auditorios y, para que nadie dejara de oírle, a menudo predicaba en las plazas públicas y en los mercados.

San Antonio atraía muchas gentes de todas partes que querían oír la palabra de vida y conseguir, con su fe, la salud del alma procedente del santo.

Un autor contemporáneo del santo, habló de sus predicaciones en Padua diciendo:

"Era de ver como en medio de las tinieblas de la noche acudían militares y señores nobles, gente acostumbrada a pasar gran parte del día entregados al sueño en camas de muelles, y no obstante sin dar indicios de la menor molestia, se anticipaban a la llegada del predicador.

Ancianos, jóvenes, hombres y mujeres de toda edad y condición, se apresuraban con ansia. Todos dejaban los trajes de lujo y se presentaban tan modesto que podríamos llamar religioso.

Hasta el obispo de Padua, iba con su clero a la predicación del santo, dando ejemplo de cómo le tenían que escuchar.

Se reunieron treinta mil y no se oía ni una voz, ni un murmullo, parecían un solo hombre. Los que tenían sus negocios, no empezaban hasta que él terminaba.

Las mujeres iban con tijeras para cortar un trocito de su hábito, como reliquia y felices de haberle tocado."

San Antonio fue discípulo escogido y compañero de San Francisco de Asís, y éste le llamaba su obispo.

Una vez San Antonio predicó en el Consistorio, delante del Papa, de los cardenales y de personas de diferentes naciones y lenguas. Al hablar de la palabra de Dios, le entendieron todos claramente, como si hubiera hablado en todas las lenguas. Asombrados, unos a otros se decían:

"¿No es de España este que predica? ¿Y cómo es que oímos todos su habla en las lenguas de nuestras tierras?". Maravillado también el Papa dijo: "Verdaderamente que éste es Arca del Testamento y Armario de la Sagrada Escritura"

En sus últimos años, el lugar de residencia de San Antonio fue Padua, una ciudad donde anteriormente había trabajado, donde todos le amaban y veneraban y donde, en mayor grado que en cualquier otra parte, tuvo el privilegio de ver los abundantísimos frutos de su ministerio.

Porque no solamente escuchaban sus sermones multitudes enormes, sino que éstos obtuvieron una muy amplia y general reforma de conducta.

Las ancestrales disputas familiares se arreglaron definitivamente, los prisioneros quedaron en libertad y muchos de los que habían obtenido ganancias ilícitas las restituyeron, a veces en público, dejando títulos y dineros a los pies de San Antonio, para que éste los devolviera a sus legítimos dueños.

Para beneficio de los pobres, denunció y combatió el muy ampliamente practicado vicio de la usura y luchó para que las autoridades aprobasen la ley que eximía de la pena de prisión a los deudores que se manifestasen dispuestos a desprenderse de sus posesiones para pagar a sus acreedores.

Se dice que también se enfrentó abiertamente con el violento duque Eccelino para exigirle que dejase en libertad a ciertos ciudadanos de Verona que el duque había encarcelado.

A pesar de que no consiguió realizar sus propósitos en favor de los presos, su actitud nos demuestra el respeto y la veneración de que gozaba, ya que se afirma que el duque le escuchó con paciencia y se le permitió partir, sin que nadie le molestara.

Después de predicar una serie de sermones durante la primavera de 1231, la salud de San Antonio comenzó a ceder y se retiró a descansar, con otros dos frailes, a los bosques de Camposampiero.

Bien pronto se dio cuenta de que sus días estaban contados y entonces pidió que le llevasen a Padua.

No llegó vivo más que a los aledaños de la ciudad. El 13 de junio de 1231, en la habitación particular del capellán de las Clarisas Pobres de Arcella recibió los últimos sacramentos.

Entonó un canto a la Stma. Virgen y sonriendo dijo: "Veo venir a Nuestro Señor", y murió. Era el 13 de junio de 1231. La gente recorría las calles diciendo: "¡Ha muerto un santo! ¡Ha muerto un santo!". Al morir tenía tan sólo treinta y cinco años de edad.

El V. M. Samael Aun Weor habla en su libro "La Gran Rebelión" de San Antonio de Padua y San Francisco de Asís, diciendo:

"Insignes maestros Cristificados, descubrieron dentro de su interior los yoes de la perdición, sufrieron lo indecible y no hay duda de que a base de trabajos conscientes y padecimientos voluntarios, lograron reducir a polvareda cósmica a todo ese conjunto de elementos inhumanos que en su interior vivían. Recordemos las tentaciones de San Antonio, o las abominaciones contra las que tuvo que luchar San Francisco de Asís. Esos santos se Cristificaron y regresaron al punto de partida original después de haber sufrido mucho"

San Antonio fue canonizado antes de que hubiese transcurrido un año de su muerte; en esa ocasión, el Papa Gregorio IX pronunció la antífona "O doctor optime" en su honor y, de esta manera, se anticipó en siete siglos a la fecha del año 1946, cuando el Papa Pío XII declaró a San Antonio "Doctor de la Iglesia", y es llamado Doctor Evangélico. Se le festeja el 13 de junio.

Se le llama el "Milagroso San Antonio" por ser interminable lista de favores y beneficios que ha obtenido del cielo para sus devotos, desde el momento de su muerte. San Antonio es el patrón de los pobres, dado el amor que el Santo tuvo a los pobres ya desde su niñez, cuando iba con su madre a visitar a los pobres. También lo han tomado como patrón los viajeros, albañiles, panaderos y los papeleros. A él se acude para remediar la esterilidad, la fiebre, las epidemias de los animales, para encontrar objetos perdidos y para pedir un buen esposo/a.

En las imágenes de San Antonio siempre resalta su juventud (pues era joven durante los años que ejerció el apostolado); vestido con el hábito franciscano suele llevar un lirio blanco (símbolo de pureza), un libro (la Biblia de la que era gran conocedor y que predicaba con gran elocuencia), y el Niño Jesús. Con el Niño en brazos se indica su familiaridad con Jesucristo o su probada encarnación del Crestos.

R.S.
Texto tomado del “Círculo de la Investigación de la Antropología Gnóstica”.